Roxy Music y su Avalon (1982). Adjunto directamente una brillante reseña elaborada por Enrique Martinez en la web de Sysvisions, yo no podría describirlo con mayor solvencia. Disfruten.


Creo que debe ser un signo de madurez dejar de juzgar a la gente por lo que le gusta, permitir que la soberanía del mal o buen gusto gobierne la vida de las gentes libres. El segundo y decisivo paso sería no avergonzarse de lo que le gusta a uno mismo, dejar de echar esas miradas paranoicas a un lado y otro buscando la aprobación de los demás. Y el tercer nivel, el más difícil, es reconocer públicamente lo que te gusta, por poco “cool” que sea. Yo no debo haber llegado a ese tercer nivel, porque esta crítica, que no deja de ser una confesión guardada hace tiempo, ha necesitado el empujón de ver a Bill Murray destruir “More Than This”, una de mis canciones favoritas secretas, en medio de una película (“Lost In Translation”) en la que suena alguna de la música más “cool” de todos los tiempos (My Bloody Valentine, Elvis Costello, Jesus & Mary Chain).
Sin tanta compañía cool tal vez nunca me habría atrevido a reconocer a lo alcohólico anónimo, lo mucho que me gusta un disco tan poco cool como “Avalon”. Visualizo la escena. Horteras Anónimos, reunión semanal. Me levanto y miro al grupo de terapia. Hola, me llamo Enrique y me gusta “Avalon”de Roxy Music, ese epítome de la música de yuppies, el final de una carrera decadente y en cuesta abajo. Un disco de comercialidad supina, de flaccidez extrema. Soy indigno. O tal vez no.
Como dice Greg Dulli a uno le gusta lo que le gusta. Y a mí me gusta “Avalon”. Con este álbum se cerró la carrera discográfica de Roxy Music; y en realidad se abría la de Bryan Ferry en solitario, que comenzó a trabajar en él con otros músicos en 1981 (ahí está “To Turn You On”). Pero, finalmente empleó a sus compañeros para, en el canto del cisne de la formación, definir por completo el personaje que interpretaría el resto de su vida: el del crooner postmoderno. En un ambiento sedoso, pulcro hasta casi la esterilidad, su voz, cargada de un clasicismo absolutamente en desuso, se mecía en total ingravidez, mientras un romanticismo imposible daba forma a la perfecta banda sonora del amor de anuncio de perfume. “Avalon”, cuya portada y título remitían más a un disco heavy metal sobre los ciclos artúricos, parecía en realidad música para copa de champagne o cóctel en mano, smoking tal vez alquilado, y pretensiones de sofisticación. Algo decadente y completamente contrario al pop como máquina de subversión. Ferry jugaba en un registro en el que nadie, salvo tal vez el David Bowie de entonces, pretendía jugar. Y algunos sin duda respirarían aliviados ante la falta de compañía de Ferry en estos inventos. En una nueva forma de sofisticación aparecía inserto el crooner de toda la vida.
Curiosamente se podría enclavar el sonido y el ambiente de “Avalon” en una época, y casi en un lugar. En los felices ochenta anglosajones, los de los trajes de Armani, el deportivo aparcado en la puerta, la coca en el cuarto de baño, los Yuppies arrobándose y hablando de naderías. Pero en realidad es un disco encerrado en sí mismo, único en su especie. Probablemente porque nadie llevó estas intenciones a semejante extremo, de alguna manera “Avalon” resulta un disco radical, casi experimental en su producción pulida hasta la exageración por los propios Roxy Music y Rhett Davies. El sonido sedoso, de género indefinido, creado por Bob Clearmountain con una maraña de instrumentos reales y sintetizados enclavados en un minimalismo que los lleva casi a construir un “muzak”, proscribe todo énfasis, al igual que en la voz de Ferry. Si se observan todas las canciones, incluidas aquellas que como “The Main Thing” o “To Turn You On” contienen un cierto nervio, en ninguna de ellas se produce ninguna verdadera explosión, ni un sólo crescendo sobreactuado, ningún gesto efectista, ni una sola concesión de cara a la galería que altere el estable encefalograma del amor de plástico. En esto, y en la manera de prolongar los fragmentos instrumentales que abren y cierran los temas, se comprueba que la comercialidad de estos últimos Roxy Music era mucha, pero también que algo del espíritu explorador de sus inicios les llevaba aún a palpar los confines de un sonido tan aparentemente convencional.
Todo esto me lleva a apuntar una desquiciada teoría sobre el carácter conceptual de “Avalon”. Un disco que parece apuntar una tesis y una profecía. En su contraste entre letras de amor abismal y sonido impecable, contenido y “formal”, existe una tensión sugerente. Una especie de declaración implícita: por mucho que lo intentemos, las viejas pasiones de toda la vida, tarde o temprano, devorarán la fachada de superficialidad consciente que estamos construyendo. Al final la olla a presión reventará, y el histrionismo de los sentimientos heridos, cuando las cosas ya no nos vayan tan bien, saldrá a presión. Y si a todo el yuppismo hedonista le siguió el exceso pesimista del grunge, y si Brian Ferry en realidad quiso decir esto, entonces “Avalon” es un disco casi sobrenatural.
Pero sobre todo permanece resistente al tiempo y a las modas la defensa que nunca falla, esa serie de canciones excepcionales. La fama de este álbum descansa para los restos sobre dos pilares que pertenecen por mérito propio al poblado canon de las mejores canciones románticas del Siglo XX. La perfección de “More Than This” y el misterio que oculta la falsa apariencia de “Avalon” son ya leyenda. Pero no están solas. Tanto “The Space Between”, “Take A Chance With Me”, “To Turn You On” o “True To Life” son joyas un tanto olvidadas, en las que probablemente reside el espíritu decadente de “Avalon”. Con ellas se convierte en uno de los discos más exageradamente autosuficientes e idiosincrásicos que jamás haya escuchado, la normalidad llevada hasta una exageración que la hace excéntrica.
Pero sobre todo “Avalon” se trata de uno de los mejores discos sobre (y para) el amor jamás grabados. Y después de todos estos años, con el pelo engominado y revuelto, el smoking abotonado pero el cuello y la pajarita abiertos, cigarrillo largo en una mano, copa en la otra, Ferry sonríe cínicamente. En cierto modo una vez, en la que menos se imagina la gente, fue tan radical como su ex-compañero y rival Brian Eno. Nos hizo creer que nos vendía lo mismo que todo el mundo, cuando en realidad todos compramos lo que él quería vendernos. Las más satinadas alcobas y los más improvisados picaderos del mundo nunca volvieron a ser los mismos. Y “Avalon” sobrevivió pacientemente a todos los divorcios que los vieron apagarse.

 

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